Asunción García: «cuidar a estos niños me da adrenalina»

Esta pareja es Premio En Familia 2022 y acoge a un niño con discapacidad desde hace una década. Entonces llegó en estado casi vegetal. El menor ahora hace hípica y teatro. El cariño y la perseverancia son los principales estímulos de este logro

No despegan un ojo de su hijo de acogida, quien pelea constantemente contra el equilibrio que le impide andar de forma autónoma. Pero él insiste incansablemente para desplazarse a cualquiera de los columpios que tiene a su alrededor. Parece quererlos subir todos al mismo tiempo. Rebosa tanto entusiasmo que su cuerpo se balancea serpenteantemente. No se fatiga, lucha perpetuamente contra el aire. Es como si estuviera en un vacío sin gravedad; No se frustra, sigue los impulsos de su ilusión, que resplandece a través de sus ojos. Le acompañan unos balbuceos estridentes. Su madre de acogida lo calma y le acompaña hasta un balancín en el que empieza a descargar sus brotes de felicidad. Quien lo viera por primera vez, pensaría que sufre un estado de estrés extremo. Pero es un estrés repleto de felicidad, de querer abrazar el mundo, de querer pasear al mismo tiempo en todos los columpios del parque, de querer sonreír cada segundo. Es un chico lleno de energía y de ilusión. Con ganas de vivir y de reír. Un gran luchador.

Asunción García (Badalona, 69 años) y Antonio Rodríguez (San Jurjo –ahora Alhucemas, Marruecos–, 69 años) acogen a este menor desde que tenía un año. Pronto cumplirá diez. Nació con una parálisis cerebral que lo mantuvo un tiempo en estado prácticamente vegetal. Ha requerido, y requiere, de múltiples y distintas terapias. De no ser por ellas, aparte del gran cariño y afecto que tiene por parte de su familia, no habría evolucionado hasta conseguir, hace poco tiempo, dar pasos solo y hacer algunas actividades no fáciles, como la hípica.

Antonio y Asunción denotan un ostensible regocijo cada vez que explican la evolución que ha sufrido su hijo. Ella dice que cuidarlo le da adrenalina. Es una pareja feliz, que, a su edad, ha reflorecido su juventud: están casados en segundas nupcias desde hace cuatro años y tienen un hijo de acogida de casi diez años. Ahora es como si ella estuviera embarazada, pues, según cuenta emocionada, está tramitando la solicitud de su segundo niño o niña de acogida. 

“Él –refiriéndose a su hijo de acogida– siempre ha sido muy luchador. No se da nunca por vencido”, explica Asunción, quien tiene tres hijos biológicos de una relación anterior. Antonio, antes de conocerla a ella, enviudó de otra mujer con quien tuvo dos hijos biológicos. Almería fue el destino que los unió hace diez años. Él, porque tiene ascendencia almeriense; y, ella, por el clima, ya que le es más favorable por razones de salud irrelevantes. Ambos recuerdan el primer día que su hijo llegó a su casa: “el niño vino vegetal, no movía la boca para comer; ni siquiera guiaba la mirada, y tenía un año de edad”, explican simultáneamente. “Poco a poco, con muchas horas de dedicación, con mucha terapia y sacarlo mucho para estimularlo, ha conseguido un progreso muy importante”, añaden. 

Asunción siempre ha estado vinculada al tercer sector. Hace veinticinco años empezó a trabajar como auxiliar social en el Ayuntamiento de Barcelona, ciudad donde fundó la Asociación Amigos del Pueblo Saharaui, una organización de ayuda a los campos de refugiados saharauis. «Es muy importante reseñar que el acogimiento familiar no es lo mismo que el acogimiento de niños refugiados o procedentes de otros países ara permanecer un tiempo en España”, advierte. El acogimiento familiar es una institución de protección de menores que están bajo tutela de las comunidades autónomas, muy diferente de la colaboración que pueda realizarse con niños bielorrusos o saharauis, por ejemplo. Asunción, sin embargo, acumula ambas experiencias. 

Conforme explica la evolución de su hijo, rememora con añoranza, valentía y emoción la experiencia que tuvo con un niño saharaui: «cada año, y durante ocho, acompañaba dos meses a médicos del hospital provincial de Granollers a los campos de refugiados saharauis». 

Allí ayudaba en los quirófanos habilitados para prestar asistencia médica y quirúrgica, que ya estaba previamente programada. A su vuelta a España, Asunción se trajo un niño de nueve años que padecía cáncer. Al año y medio falleció cuando tenía nueve años. “Lo embalsamé y lo llevé, en compañía de sus familiares, a enterrarlo en el desierto”, prosigue. 

Como en un estado omnisciente, intercala esos acontecimientos con los de su hijo de acogida. Su pequeño, profundiza, consigue las cosas con perseverancia. Y con una satisfacción impetuosa repite que “del sofá se ha caído mil veces hasta que ha conseguido valerse por sí mismo”. Se vanagloria del esfuerzo del chico: “No ha hecho falta alentarle a que ponga de su parte; él mismo lucha desde pequeño por conseguir superarse, por avanzar y progresar. Es un luchador nato”, matiza. Mientras tanto, Antonio, pese a que gasta una gran verborrea, permanece enmudecido. Más por satisfacción de escuchar cómo Asunción explica las hazañas del niño, que de querer interrumpir la descripción. Las ganas de hablar se apoderan de él, pero su alborozo parece anestesiarle y contiene las palabras.

Antonio pertenece a esa generación que cumplía con el servicio militar obligatorio, y aquél que era más prolongado. De los diecisiete a los veinte años sirvió en la Marina. Posteriormente, se fue a Bilbao a trabajar en el sector de las telecomunicaciones hasta abrir su propia empresa que, tras jubilarse, ha delegado a sus hijos. Del norte no solo trae recuerdos y vivencias, también conserva un desgastado pero marcado acento navarro que lo distingue entre la multitud de almerienses. 

Antonio cuenta que han tenido dos niños en acogimiento familiar. El primero de ellos empezó en la modalidad de urgencia, que sigue ahora en permanente; El segundo, fue un acogimiento temporal que duró cuatro años. Esta menor volvió con su padre biológico. Revive esos momentos en los que te llaman para comunicarte que tienen un niño o niña disponible para acogimiento. Le sirve para repasar los avatares que les trajo su actual hijo de acogida: psicología, logopedia, trabajadora familiar, piscina, musicoterapia y yudo.

No fueron suficientes, pues éstas solo fueron actividades precursoras de otras que le siguieron después. “La gravedad del niño era tan extrema que teníamos (y aún tenemos) que recurrir a todo tipo de terapias. El hospital Virgen del Mar le aplicó una rehabilitación Therasuit –es un tipo de terapia para facilitar la rehabilitación de niños y jóvenes con desórdenes neurológicos y sensoriales–”, explica. 

Su mujer añade que todo este tipo de rehabilitación se reforzó, a través de una asociación de El Ejido, con otro tipo de terapias que ha llevado al chico a hacer hípica y teatro. «El niño que vino y el que es ahora representa el día y la noche. Él ha evolucionado gracias al cariño y a los estímulos que se la da», comenta muy ilusionada. El menor tiene un fuerte apego a sus padres de acogida. De hecho, siempre ha dormido, y sigue durmiendo, con su madre. 

El acogimiento familiar es una institución aún desconocida por la sociedad. Existen muchas connotaciones, tanto negativas como positivas, precisamente por esa desinformación. Y esas dudas se acrecientan si existe alguna disfunción. “La gente tiene miedo a acoger niños con discapacidad, y no saben que son niños como otros ‘normales’. El cariño que te dan con ese corazón inocente, sin picardía y sin maldad, es superior”, argumenta Asunción de forma contundente, pues dice que éste es el cuarto niño enfermo al que cuida. “Es otra conexión. Yo los prefiero”, matiza. 

Vuelve a su retrospectiva de vida. Cuenta que, tras enterrar al niño saharaui que murió de cáncer, se trajo a España a un primo de él con microcefalia. Su esperanza de curación era tan alta que quedó solo en optimismo, pues no fue viable una intervención y se lo quedó el tiempo suficiente para darle una recuperación alimentaria.

Después de éste, se trajo a una niña celíaca con severos problemas estomacales. Argumentando esa predisposición al cuidado de niños que tienen necesidades especiales, hace referencia de nuevo a su hijo: “cuidar a estos niños me da adrenalina. Los veo cómo evolucionan y te da mucho ánimo para seguir ayudando”, dice complaciente. “Él, nada más levantarse, me da un abrazo y un beso. Ese abrazo que te da no es el mismo que te da un niño sano, pues tiene algo especial, algo adicional”, explica muy entusiasmada. 

Antonio interviene y explica que, después de todas las distintas y variadas sesiones de terapia, hicieron un esfuerzo adicional. Durante tres años, llevaron al niño a un osteópata de Granada, José Luis Pérez Batlle. «Nosotros pagábamos la gasolina y el médico no nos cobraba nada al tratarse de un niño en acogimiento familiar», argumenta. «Gracias a él, mejoró considerablemente la desviación de columna que sufría y se le cerraron las fontanelas», prosigue, quien añade que esa terapia lo estimuló lo suficiente como para que el niño tomara fuerza en la musculación. Asunción interviene y recuerda que, en agradecimiento con el médico, Antonio le cocinaba dulces, mermeladas, mantequilla y carne de membrillo caseros. 

Esta pareja parece haber sufrido una regresión de diez años: “Desde el primer día que lo vi en el centro de acogida, supimos que era para nosotros; yo sabía que se quedaría para siempre con nosotros”, comenta Asunción. Esta pareja dice que no es fácil que la gente encaje el acogimiento familiar, y, sobre todo, a la edad que ellos tienen. “En el colegio, muchas madres me preguntan por qué, con nuestra edad, nos hemos hecho cargo de un niño así”, dice sorprendida, pero desechando esos comentarios que gesticula como faltos de credulidad. 

“Para mí no es ningún cargo; es un hijo más. A mí no me quita nada”, añade. Realza que a la gente le sorprende que tengan un niño en vez estar viajando con el IMSERSO. Pero tampoco es tan sencillo: “comunicarse con él no es fácil. Tienes que transmitirle mucha paciencia”, dice segura y orgullosa de contar con el apoyo familiar de sus hijos para el día que, según explica, “Antonio y yo cerremos los ojos, pues mi hijo (biológico), que no tiene hijos, se hará cargo del nuestro”. Acaban de ganar el premio En Familia. Una insignia que se suma al currículum de Asunción, que recaudó 10 millones de pesetas para abrir un colegio para discapacitados en Barcelona, trabajó en el penal de Lleida con enfermos de SIDA y en Aldeas Infantiles como responsable de una casa de acogida de menores, entre otros. 

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