¿Es posible realizar una intervención donde se ha promovido el desamparo sin provocar una ruptura de apego?
El desarrollo infantil solo lo podemos entender adecuadamente desde la seguridad y el apego.
Ambos términos están relacionados, pero no son lo mismo. La seguridad es imprescindible para cualquier desarrollo sano, además de para mantener un equilibrio emocional y físicamente saludable tanto en la infancia como en la adultez. Sin embargo, no es suficiente para garantizar estos objetivos por sí sola.
El apego es un factor clave en el desarrollo del cerebro social, el cerebro que nos caracteriza como mamíferos y sobre todo humanos.
Nos podemos preguntar qué es el apego. Esta pregunta requiere una respuesta compleja. El apego es la necesidad de apegarnos, vincularnos, promovido por la genética, la biología. Viene marcado biológicamente y aparece de forma natural en el bebé y en la madre, a no ser que algo grave lo impida.
La necesidad de apegarse del bebé a su madre prima sobre la seguridad. Es como si hubiera una expectativa biológica a que la madre, en primer lugar, la mujer que nos ha portado en el vientre y a la que reconocemos nada más nacer, cubra no solo las necesidades físicas, sino que también resuelva el malestar. Ya durante la gestación a través de la neuroquímica, las hormonas y del movimiento que realiza el feto se ha ido estableciendo una comunicación química hormonal y conversaciones sensoriomotoras que son el preámbulo de lo que vendrá después.
La biología se pone en marcha y en el bebé aparecerán las conductas que permitan que su madre se enamore de él, a través de la mirada, las sonrisas. Una madre saludable y en seguridad responderá y promoverá esas conductas, y en ese baile, sensorial óculo facial y de cuidados, se irá gestando el apego con la figura principal.
Ese primer apego y su calidad son cruciales en el desarrollo del bebé. Sin seguridad, en un sistema familiar que prima la supervivencia, y el miedo es muy difícil que se den en calidad y cantidad adecuadas las conductas afectivas de apego. Aun así, la necesidad de apegarse, no solo para sobrevivir sino para desarrollarse como ser humano social, hará que el bebé se apegue a su madre, normalmente la figura principal de apego o al padre, o a la figura que cubra mayormente los cuidados.
Miedo y apego son incompatibles, las respuestas corresponden a sistemas biológicos diferentes que se excluyen. Las respuestas de supervivencia lucha, huida o congelación desactivan el apego.
La mejor intervención sería la temprana, que intenta detectar las mujeres gestantes que están en riesgo para promover la seguridad y ayudar al sistema familiar durante, en la gestación y los primeros años de crianza.
Nuestras medidas de intervención social se ponen en marcha normalmente más tarde, y cuando lo hacen priman la seguridad sobre la permanencia del apego.
En este modelo contar con familias, con personas que se comprometen a cuidar, a otorgar afecto, cuidados, calor de hogar, no solo casa o piso, sino calor humano, sintonía, puede ser una vía de reparación de lo que se ha perdido. Porque en el momento que salen de su familia de origen, los menores se ven desprovistos, separados de los vínculos que han establecido, aunque no sean seguros, y el abandono se cuela, se filtra en cada una de sus células.
El desarrollo humano es tan complejo que requiere una atención focalizada, una mirada personalizada para sentir que se existe para alguien, para alguien para el que se es importante de una manera especial. Ese entorno de cuidado afectivo que mira y siente las necesidades no solo físicas, que se anticipa, que cubre, que calma, que sosiega difícilmente se da en una institución. Requiere calor de hogar, ese calor que recubre las viviendas y que hace que no todas las casas las consideremos hogar.
Toda bebé, todo niño debería poder contar con ese calor de miradas, de piel que sosiega. Las familias que se comprometen a donar esa parte de ellas mismas, su tiempo, su afecto, sus cuidados están proveyendo el terreno para poder reparar el dolor y las rupturas que estos niños han sufrido y que los menores puedan continuar con su desarrollo en mejores condiciones. Lo cierto es que este servicio social no tiene precio.
Cristina Cortes Viniegra
Psicóloga especializa en infantil, apego y trauma


