Soy voluntario de Cruz Roja desde que llegué de Senegal en busca de trabajo. Cada año, cuando se acerca la Navidad, participo en la campaña de recogida de juguetes. Este año nos propusimos el reto de conseguir mil juegos y juguetes para los niños más necesitados. Han sido unas semanas de frenética actividad, desde la recaudación de donativos, hasta la recogida, compra, transporte y almacenaje de juguetes antes de la cabalgata, pero vale la pena. Por intenso que sea el trabajo, siempre merece la pena, pues nada puede compararse a la sensación estar haciendo algo por ver a los niños felices. A mi equipo y a mí nos tocó hacer inventario, lo que suponía añadir unas tardes más de trabajo. Cuando por fin conseguimos terminarlo, y saboreábamos ese dulce momento en que ves los objetivos cumplidos, recibí una llamada de la Coordinadora.
–Abdu, necesitamos un Rey Baltasar –me dijo segura de que aceptaría–. Te encargarás con tu cuadrilla del reparto de juguetes a las familias de acogida de menores.
No podía negarme. A pesar de que lo único que me apetecía era llegar a casa y abrazar a mi esposa, disfrutar con ella los días previos a la Navidad, le dije que iría en cuanto me fuera posible. Al día siguiente al salir del trabajo me pasé por la oficina y recogí las cartas que los niños habían escrito. Las fui leyendo una a una, entre sorbos humeantes de té, y anotando los juguetes que había que repartir en cada lote. Algo en la última carta me llamó la atención: el sobre tenía escrita la dirección completa en el remite. Cuando la leí quedé atónito. Decía así:
Querido Rey Baltasar: Este año no necesito ningún juguete. No necesito ni siquiera un chándal, ni zapatillas de deporte, ni libros de cuentos. Sólo te pido una Mamá para Kevin. Firmado: Serafín. 9 años.
Abrí el despacho de la Coordinadora sin esperar su permiso para entrar y le mostré la carta.
–Ya os podéis poner las pilas y buscarle unos padres adoptivos a este niño –le dije casi irritado.
Entonces me habló del pequeño y de las dificultades que estaban teniendo para encontrarle una familia. Me dijo que ya llevaba más de un año acogido y cada vez las posibilidades de adoptarlo eran menores, a pesar de ser un niño inteligente y simpático. Me comentó que les preocupaba cómo le afectaría cuando se tuviera que separar de Serafín, pues se querían como hermanos, incluso el mayor a veces juntaba las camas para darle la mano por la noche.
Por fin llegó la noche de Reyes. El día 5 de enero desfilé en la Cabalgata como Rey Baltasar, a lomos de una singular carroza por las calles de la capital. Y sin descanso alguno, después del desfile, comenzamos el reparto de los juguetes. La compañera me esperaba en la furgoneta con el motor en marcha y los asientos repletos de paquetes, como jorobas de camellos, a rebosar de ilusiones envueltas en papel de regalo. Una a una fuimos entregando los regalos en todas las casas de acogida de la capital.
Esa noche pude conocer a los dos pequeños protagonistas de esta historia y su familia acogedora. Nos recibieron en pijama con motivos navideños, entre gritos de alegría, risas y caras de sorpresa… la emoción reinaba por toda la casa. Pude percibir cierta expresión de decepción en Serafín al ver su nombre escrito en uno de los paquetes, pero la acogedora le animó a abrirlo y le explicó que “los regalos del corazón no pueden viajar en camello». Esa mujer tenía respuesta para todas las situaciones. Yo me vi forzado secundar, con la voz afectada, que «algunos deseos tardaban en llegar porque eran más delicados». Entonces Serafín me abrazó, desarmándome, como sólo un niño es capaz de desarmar las resistencias de los adultos. Todos nos abrazamos. Yo entregué los juguetes y ellos los convirtieron en magia.
Cuando llegué a casa le mostré a Samira, mi mujer, la foto que me había hecho con los niños y su familia de acogida. En el centro estaba Kevin, un precioso rubillo de cuatro años, con unos ojos pícaros del color del mar en verano; al lado, Serafín lo miraba con una mezcla de alegría y ternura. Cuando levanté los ojos me encontré con la mirada decidida de Samira que me impelía:
–¿Te lo has planteado, Abdu? Siempre hemos querido tener dos hijos.
Yo entré en pánico. Pánico por la mirada decisiva de mi esposa, esa mirada que pone cuando las cosas no tienen una segunda opción. Pánico por la responsabilidad y por la firmeza de Samira cuando se propone algo. Le pedí que me dejara pensarlo algunos días, pero ya sabía que acabaríamos adoptando a ese niño.
Los meses siguientes transcurrieron entre cursos de formación y entrevistas de valoración para ser padres adoptivos, las únicas ocasiones en que Samira abandonaba el reposo que debía guardar por indicación médica. Nos dijeron que el embarazo habría sido un obstáculo, de no tratarse de una adopción especial. Las mismas personas que nos estudiaron vinieron a conocer el domicilio. Nos aconsejaron eliminar algunos muebles y dejar la casa lo más funcional posible, advirtiéndonos que más adelante deberíamos plantearnos ampliar el cuarto de baño. Emprendimos las reformas enseguida, antes de que naciera el bebé que esperábamos. Por fin nos declararon idóneos para la adopción y pudimos iniciar los primeros contactos. Algunas tardes acompañábamos a Kevin a sus terapias, lo llevábamos a jugar al parque o venía a merendar a casa. Poco a poco fue acoplándose a nosotros, instalándose en nuestros corazones y aceptándonos como sus padres.
De esto ya hace unos cuantos meses, aunque parece que llevamos toda la vida juntos. Ayer Samira dio a luz a nuestra hija y esta mañana he llevado a Kevin a conocerla. No miento si digo que me he sentido el padre más orgulloso del mundo mientras empujaba su sillita por el pasillo del hospital para que viera a su madre y a su hermana. Al llegar a la habitación, lo he sacado de la silla y lo he sentado en la cama. Samira se lo comía a besos y él no paraba de acariciar a la pequeña mientras decía que cuidaría a la bebé como Serafín lo cuidaba a él, porque es su hermano mayor.
Reparé en el ramo de flores que reposaba espléndido en la mesilla auxiliar y mi mujer me indicó con la cabeza que leyera la tarjeta. Era la felicitación de la Asociación de Padres de Niños con Espina Bífida, a la que pertenecemos desde que nos permitieron adoptar a Kevin.
Eladia Tristán. Navidad 2022


